viernes, 30 de julio de 2010

La Batalla de Santa Clara


Un acto supremo de audacia
Ningún estratega militar habría podido dar por cierto que sólo cerca de quinientos rebeldes armados con fusiles y carabinas ligeras de infantería, muchos de ellos con escaso parque, una bazuca, algunas ametralladoras pesadas calibre 30 y varios fusiles automáticos Browning, y sin comunicaciones radiotelefónicas entre sí y del mando principal con los demás jefes, fuesen a conquistar la ciudad de Santa Clara en sólo cinco días de combate. El ejército batistiano había concentrado con bastante antelación en esa ciudad los hombres y medios suficientes para rechazar el posible ataque de los guerrilleros, que al fin se produjo en el mes de diciembre de 1958.
Tampoco pasaba por la mente de los jefes rebeldes que fuesen a propiciar aquel desastre militar a los batistianos en tan breve lapso. La experiencia que vivía el comandante Camilo Cienfuegos en la ciudad de Yaguajay, en aquellos precisos momentos de iniciada la batalla en la capital de la provincia de Las Villas, era un vivo reflejo de lo que esperaban los mandos rebeldes podría ocurrir en Santa Clara. Por ello, sin duda alguna, el ataque a las tropas batistianas atrincheradas y fortificadas en la ciudad de Santa Clara por tan reducidas fuerzas al mando del Che, fue un acto de suprema audacia.
"Cuando el Che me dijo que yo tenía que hacer exploración en la carretera de Camajuaní para atacar Santa Clara con el grueso de la tropa, abrí los ojos así de grandes y no dije ni esta boca es mía porque tenía una confianza infinita en él, pero aquello era muy, muy audaz… mas cuando las tropas de Camilo estaban empeñadas en un rudo combate en Yaguajay" (202).
(202) El Oficial, No 6, año 1978. Relatos de Rogelio Acevedo.
Las defensas de la ciudad

La defensa de Santa Clara fue concebida por el mando militar de la tiranía dentro del perímetro urbano de la ciudad, concentrando fuerzas y medios en distintos puntos estratégicos y abandonando casi totalmente las defensas externas, lo cual de hecho obligó al Che a disgregar sus limitadas fuerzas y medios y utilizar nuevas tácticas de combate dentro de una gran ciudad, por primera vez en su experiencia militar. Los anteriores combates sostenidos por las fuerzas rebeldes en las ciudades conquistadas en la provincia de Las Villas, antes del 28 de diciembre de 1958, todos se habían decidido en los cuarteles de la Guardia Rural, lo que permitió a los atacantes concentrar finalmente sus fuerzas en un solo lugar y aprovechar mucho más eficientemente los escasos medios de combate a su disposición, así como acercar el mando rebelde al lugar donde se decidían las acciones. Pero para la defensa de Santa Clara los batistianos contaban con numerosas tropas y medios de combate en varias posiciones de la ciudad que cada una era de por sí, era un lugar inexpugnable.

En el Regimiento Leoncio Vidal; con más de mil trescientos efectivos y el apoyo de tanques ligeros, tanquetas, morteros y algunas piezas de artillería, radicaba el puesto de mando de los batistianos en la ciudad de Santa Clara. El Jefe militar de la plaza era el coronel Joaquín Casillas Lumpuy, que había sido nombrado por el Presidente Batista el 26 de diciembre, sólo dos días antes de iniciada la batalla.
La jefatura de la Policía Nacional, ubicada frente al parque de El Carmen, estaba defendida por unos trescientos efectivos, entre policías, chivatos y adictos al régimen, fuertemente armados con armas ligeras de infantería y ametralladoras pesadas, con las cuales podían batir hacia todos los flancos de la posición por donde podían atacar las fuerzas rebeldes. Los allí atrincherados eran apoyados en las áreas exteriores por tanques de guerra y tanquetas blindadas y frente a la instalación habían construido un muro protegido por sacos terreros.
El Escuadrón 31 de la Guardia Rural; edificio de sólida construcción con aspilleras en el muro de la azotea, situado en el borde de la calle Colón (Prolongación) y un perímetro libre de obstáculos en el frente y los flancos de la fortaleza militar, estaba defendido por unos trescientos efectivos, apoyados igualmente por ametralladoras calibre 50 y 30, morteros y blindados.
En el edificio del Gobierno Provincial, frente al Parque Vidal, se fortificaron unos treinta batistianos, entre soldados y civiles. En el lado opuesto del Parque estaba el Gran Hotel, considerado uno de los edificios más altos del interior del país, se parapetaron un grupo de doce connotados esbirros y asesinos de la tiranía para actuar como francotiradores, mientras las áreas exteriores de ambas edificaciones también eran protegidas por medios blindados.
En las afueras de la ciudad, en el Aeropuerto Civil, se atrincheraron otros ochenta efectivos, protegidos por sacos terreros. Este punto dominaba el acceso a la ciudad por la carretera Central, banda de La Habana.
En la carretera Central, a la entrada de la ciudad, por la banda de Placetas, se encontraba el cuartel de Vigilancia de Carreteras, conocido por el nombre de Los Caballitos, donde se parapetaron unos treinta efectivos. En el perímetro exterior estaba desplegada una compañía de infantería ligera del ejército. Esas posiciones igualmente eran apoyadas por carros blindados.
El Palacio de Justicia (La Audiencia), situada en carretera Central y Avenida de la Paz, por el lado sur de la Central, era defendido por unos treinta efectivos entre soldados y policías. En la Cárcel, situada frente al Palacio de Justicia por el lado norte de la Central, se habían atrincherado veinte integrantes de las fuerzas represivas del régimen.
La loma de El Capiro fue la única posición fortificada y defendida con tenacidad por el ejército batistiano en las afueras de la capital de la provincia de Las Villas. La elevación de unos ciento noventa metros de altura está situada al este y muy próxima a la ciudad de Santa Clara, entre la carretera de Camajuaní y la carretera Central. Muy cerca de la elevación, por el oeste, cruza la línea del ferrocarril Central. En esa vía, a la altura de la loma de El Capiro, se posesionó el Tren Blindado.
El Tren Blindado fue construido y equipado para la reconstrucción de los puentes y tramos de la vía férrea y de la carretera Central destruidos por el Ejército Rebelde desde Las Villas hasta Oriente y concebido como una fortaleza móvil. Estaba dotado con modernos armamentos de infantería, artillería terrestre y antiaérea y tripulado por más de cuatrocientos oficiales, clases y soldados del Cuerpo de Ingeniería del Ejército y otros de alta calificación y disposición combativa. El tren que se desplazaba por la línea Central, en aparatoso y bien organizado despliegue militar, era para los principales jefes del ejército batistiano, y ante los ojos del propio General Batista, una fortaleza móvil inexpugnable para el Ejército Rebelde.
Además de esas posiciones defendidas por fuertes destacamentos militares, en edificios de sólida construcción y estratégicamente ubicados en el centro y suburbios de Santa Clara: la Iglesia de Buen Viaje cerca de la Cárcel, la Iglesia del Carmen frente a la Estación de Policía, un edificio de apartamentos situado frente a la Estación de Ferrocarril y la Clínica Marta Abreu, situada en la entrada este de la ciudad al borde de la carteara Central, fueron ubicados efectivos del ejército y la policía batistianos fuertemente armados, para hostigar constantemente a los rebeldes en su movimiento y avance hacia los principales bastiones de defensa por ellos organizados.
Hay que añadir la movilidad de los defensores dentro de la ciudad de Santa Clara desde los primeros momentos del combate, cuando tropas batistianas saliendo de las principales fortalezas militares con medios blindados e infantería, atacaban las posiciones rebeldes y apoyaban en aquellos lugares donde éstos avanzaban, convirtiendo de hecho toda la ciudad en un escenario de guerra urbana.
Pero de todo el despliegue militar realizado por los mandos militares del régimen en la defensa de Santa Clara; lo más significativo fue sin duda alguna, la despiadada forma en que utilizaron su Fuerza Aérea, bombardeando, ametrallando y hostigando incesantemente las posiciones de los rebeldes en todos los frentes de combate, desde el amanecer del 28 de diciembre hasta la mañana del 1ro de enero, e inclusive, a casas de viviendas y otros núcleos poblaciones durante todo ese período de tiempo, aun después de rendidas la casi totalidad de las guarniciones militares.
Táctica y estrategia del Ejército Rebelde
El 26 de octubre de 1958, diez días después del arribo a El Escambray de la Columna 8 al mando del Che Guevara, fue tomado en feroz combate el cuartel de la Guardia Rural de Güinía de Miranda. A Güinía le siguió, el 22 de noviembre, la destrucción del cuartel de la Guardia Rural en Caracusey, mientras de Banao se retiraron los batistianos pocos días después del ataque rebelde al cuartel de ese poblado. De ese modo, el primer objetivo estratégico del Che en el sur de Las Villas se cumplía exitosamente al desalojar al ejército batistiano desde Trinidad hasta las inmediaciones de Fomento y dominar plenamente las vías de acceso a El Escambray. Por su parte el comandante Camilo Cienfuegos liberaba, uno tras otro, los poblados de la zona norte de la provincia en sucesivos combates y se apoderaba del Circuito Norte, otra estratégica vía de comunicación, mientras interrumpía el tránsito por la carretera de Sagua la Grande a Santa Clara.
La ofensiva final iniciada el 15 de diciembre por las fuerzas rebeldes al mando del Che Guevara y Camilo Cienfuegos en Las Villas, permitió que en sólo doce días de encarnizados combates fueran cayendo en manos del Ejército Rebelde la casi totalidad de las ciudades importantes de la provincia, o eran atacadas esas plazas militares con poderoso empuje, el 28 de diciembre de 1958.
El cerco estratégico a la ciudad de Santa Clara se completó con el avance de las tropas al mando del comandante Víctor Bordón hacia el centro sur de la provincia dominando varios poblados ubicados en la carretera de Cienfuegos a la Esperanza, de los cuales se había retirado el ejército batistiano, y después hacia el oeste, por la carretera Central. Unido a ello el avance del comandante Ramiro Valdés, con parte de las fuerzas de la Columna 8, hacia el este por la carretera Central, paralizando el acceso de refuerzos militares hacia Las Villas, desde la provincia de Camagüey.
El trato justo y honorable dado por el Ejército Rebelde a los prisioneros desde el inicio mismo de la Guerra de Liberación, primero en las montañas orientales desde dos años atrás y después en El Escambray villareño, se hizo mucho más evidente en la región central del país desde la llegada de Camilo y Che a Las Villas, habida cuenta de que combate tras combate las fuerzas rebeldes, bajo el mando de los dos comandantes, hacían numerosos prisioneros a los militares batistianos.
Desde el inicio de la ofensiva final en la Campaña de Las Villas el número de prisioneros tomados al ejército batistiano por las fuerzas rebeldes aumentó considerablemente, lo que se convirtió de hecho en un Caballo de Troya dentro de aquellas fortalezas militares. La propaganda que los batistianos habían hecho sobre la conducta de los combatientes del Ejército Rebelde; especialmente encaminada a desprestigiar la imagen del Che Guevara dentro de sus efectivos, basada en calumnias difamatorias y denigrantes sobre el intachable guerrillero, era totalmente distinta a la que oficiales y soldados veían del Che y demás combatientes rebeldes en cada combate.
La cantidad de prisiones capturados desde la primera fortaleza militar tomada por el Ejército Rebelde el 18 de diciembre de 1958, el cuartel de la guardia Rural de Fomento, hasta los últimos capturados en la ciudad de Caibarién el 26 de diciembre, ascendía a más de novecientos soldados, clases y oficiales, los que habían sido puestos en libertad sin haber recibido un solo maltrato. Antes del inicio de la Batalla de Santa Clara muchos de esos prisioneros combatieron sucesivamente en las fortalezas hacia donde fueron enviados y eran ellos mismos los que se encargaron de hacer cambiar aquella imagen, trasmitiendo sus experiencias vividas al resto de la tropa allí atrincherada. Eran los mejores testigos del trato justo y honorable recibido del Ejército Rebelde
La inmensa mayoría de los oficiales y soldados que combatían en la ciudad de Santa Clara conocían bien que sus vidas no estaban en peligro de caer prisioneros, como siempre quisieron hacerles creer sus mandos. Aunque algunos de éstos; hombres honestos y valientes, luchaban hasta el final defendiendo el honor militar. Mientras otros; comprometidos con torturas, atropellos y actos de sangre, defendían caras sus vidas. Pero todos comprendían que la causa por la peleaban estaba irremediablemente perdida.
El factor sorpresa, táctica utilizada una y otra vez exitosamente por el Ejército Rebelde desde los primeros combates en la Sierra Maestra y manejado con extrema habilidad por el Che en esta ocasión, sorprendió nuevamente a los mandos militares del régimen. El Che mantuvo en absoluto secreto el día y la hora de avanzar sobre la ciudad de Santa Clara, hasta unas horas antes de su partida hacia ese destino desde la ciudad de Placetas. El avance hacia Santa Clara el Che lo informó a sus ayudantes más cercanos, y a los Jefes rebeldes que dirigirían las distintas unidades que formaban las fuerzas combinadas de la Columna 8 y la Columna Directorio Revolucionario, el 27 de diciembre a las ocho de la noche en reunión que sostuvo con ellos en el Hotel Las Tullerías en Placetas: < Vamos a organizar el ataque a la ciudad de Santa Clara para mañana temprano. Partiremos esta madrugada >, dijo el Che a los allí reunidos.
Aquel audaz propósito se puso en práctica inmediatamente y comenzó la concentración de las fuerzas de la Columna 8 y la del Directorio Revolucionario en los puntos previamente seleccionados, desde donde deberían partir en horas de la madrugada del 28 de diciembre de 1958 hacia la ciudad de Santa Clara. La mayor parte de los integrantes de la Columna 8 se concentraron en la ciudad de Placetas y los de la del Directorio en el poblado de Mataguá, ubicado en un punto de la carretera de Manicaragua a Santa Clara, a corta distancia de la capital de la provincia de Las Villas. Las tropas de la columna 8, directamente bajo el mando del Che, entrarían a Santa Clara por la carretera de Camajuaní y las del Directorio, bajo el mando del comandante Rolando Cubela, lo harían por la carretera de Manicaragua.
A las 2 de la madrugada del 28 de diciembre de 1958 comenzaron su avance hacia la ciudad de Santa Clara las tropas de la Columna 8 que se habían concentrado en Placetas, tomando la caravana de camiones, jeeps, autos y otros vehículos el Camino de La Vallita, que comienza en un lugar de la carretera Central cercano a la ciudad de Placetas. Desde ese lugar al entronque con la carretera de Camajuaní la distancia es de unos quince kilómetros y, a su vez, ese entronque se encuentra a unos cinco kilómetros de la Universidad Central de Las Villas, punto estratégico seleccionado por el Che para ubicar el primer puesto de mando rebelde, para la toma de la ciudad de Santa Clara.
A las 4 de madrugada llegaron a la Universidad Central parte de las fuerzas rebeldes que salieron desde Placetas y a las 6.30 llegaba el Che a su primer puesto de mando. El Che con su genial habilidad militar había concentrado a unos trescientos rebeldes de la Columna 8 Ciro Redondo a sólo ocho kilómetros del centro de la ciudad de Santa Clara, sin disparar un tiro y sin que la aviación, verdugo implacable de los rebeldes en movimiento, entrara en acción. Quizás los mandos militares de la tiranía durmieron tranquilos esa noche, en el entendido de que el Che Guevara, su más jurado enemigo, y sus hombres, estaban disgregados en varios puntos de la provincia de Las Villas, distantes de la ciudad de Santa Clara, mientras el Che tranquilamente junto con sus combatientes, se instalaba delante de sus propias narices.
De igual modo ocurrió con las fuerzas del Directorio Revolucionario bajo el mando del comandante Rolando Cubela. La diferencia estriba que en este caso, los rebeldes llegaron directamente en un convoy militar compuesto por varios camiones, algunos autos y otros vehículos, atestados de rebeldes, a las puertas de la ciudad, en horas tempranas de la mañana del 28 de diciembre de 1958, sin que se les interpusiera en sus quince kilómetros de recorrido, desde Mataguá hasta Santa Clara, ni un solo soldado de la tiranía. Además la caravana militar transitó por todo ese trayecto sin ser hostigados por la aviación, pues ésta sólo entró en acción contra las fuerzas de la Columna cuando ya los doscientos rebeldes estaban a unos seiscientos metros del Escuadrón 31 y se aprestaban a abandonar los transportes para continuar la triunfante entrada a los suburbios de la ciudad. Sólo dos combatientes fueron heridos en ese primer ataque aéreo.
Captura del Tren Blindado
El Tren Blindado estaba bajo el mando del Cuerpo de Ingenieros en operaciones del Ejército y fue organizado por el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de la tiranía para que actuara como un convoy militar para los trabajos ingenieros de reparaciones, bajo el mando del coronel Florentino E. Rosell Leyva. Su misión principal era la reparación de líneas de comunicación telefónicas, carreteras, vías férreas y puentes que fueran severamente dañadas por las acciones guerrilleras. Estaba dotado por unos trescientos ochenta soldados y veintiocho oficiales e ingenieros. Los oficiales del tren estaban informados a diario del resultado de las operaciones militares que se desarrollaban en el país, incluyendo los daños que ocasionaba el Ejército Rebelde a la infraestructura.
Cuando el 13 de diciembre de 1958 el coronel Rosell recibió la orden de partir hacia el oriente cubano a cumplir su misión, todavía no habían sido destruidos los puentes sobre los ríos en la carretera Central y el ferrocarril Central en Las Villas. Los puentes destruidos estaban en Oriente, por lo que seguramente que la orden recibida era transitar hasta aquella provincia a cumplir sus misiones combativas entre Bayamo y Santiago de Cuba. Indudablemente el jefe del convoy militar no imaginaba tamaña sorpresa cuando llegara a la provincia de Las Villas. Pero ya ellos eran conscientes de la situación, pues después de su captura fueron encontrados dentro de la documentación ocupada en el Tren, los planos de todos los puentes destruidos en Las Villas y en Oriente durante el inicio de la ofensiva del Ejército Rebelde. El Tren contaba con dos locomotoras y diecinueve vagones en los cuales se alojaba la dotación y tenían instalada una formidable organización ingeniera y militar, al estilo de un ejército en campaña. Allí marchaban especialistas en vías férreas, en Ingeniería de Combate, en Logística, en Ingeniería Geofísica y otros.
En las primeras horas de la noche del 28 de diciembre había comenzado el avance de los demás pelotones de la Columna 8 hacia los distintos objetivos en el interior de Santa Clara que le había asignado a cada uno el Che Guevara. El capitán Ramón Pardo (Guile)
recibió la orden de apostar su pelotón en línea de ferrocarril y carretera de Camajuaní, en el Puente de la Cruz, una estratégica posición dentro de la ciudad, con dos misiones principales: enfrentar a los blindados y la infantería que podrían penetrar por ese lugar desde el Regimiento Leoncio Vidal y destruir un tramo de la vía férrea para impedir la circulación del Tren Blindado hacia la Estación de Ferrocarril; situada al oeste del Puente de la Cruz, en el centro de Santa Clara.
Esa misma noche los guerrilleros, con un Buldózer llevado al Puente de la Cruz desde la Universidad Central, arrancaron unos veinte metros de la vía férrea y después atravesaron sobre la línea del ferrocarril una moto niveladora para obstaculizar el tránsito por esa vía. En la madrugada del día 29 de diciembre ya el Che había trasladado su puesto de mando desde la Universidad para el edificio de Obras Públicas, situado en la carretera de Camajuaní, a unos quinientos metros de la línea de ferrocarril, viniendo desde la Universidad. Pero en las primeras horas de esa mañana el Che, junto a otro grupo de combatientes incluido el capitán Ramón Pardo, se trasladaron hacia los escenarios de los combates en distintos puntos de la ciudad. Entonces el teniente Roberto Espinosa Puig quedó al mando de los dieciocho rebeldes emboscados en el lugar donde había sido arrancada la línea de ferrocarril.
Mientras tanto el convoy militar, al mediodía del 29 de diciembre, era asediado por el fuego rebelde en las inmediaciones de la loma de El Capiro: por el flanco izquierdo los tiroteaban los hombres del Pelotón de Zayas, y por el flanco derecho, los hombres de la Columna del Directorio.
"Después que los guardias escapan de Los Caballitos, nosotros empezamos a hacerle fuego al Tren Blindado… El tren estaba entre la carretera Central y la loma de El Capiro. Frente al cuartel de los Caballitos había una alcantarilla que pasaba por debajo de la Central y salía a un potrero. Nosotros nos metimos por dentro de la alcantarilla y salimos cerca del Tren. Nos aproximamos y empezamos a tirarle, le hicimos la vida imposible. Ellos no podían salir del Tren, porque nosotros le hacíamos fuego, ya se habían incorporado otros compañeros, y éste empezó a retroceder rumbo a la ciudad, y le seguimos haciendo fuego y los guardias a veces sacaban bandera blanca, otras veces sacaban bandera roja, pero nosotros seguimos tirándoles. Ellos iban marcha atrás, hasta que el tren se descarriló en la emboscada que le habían preparado fuerzas de la Columna 8. Estoy casi seguro que por el fuego que nosotros le hicimos ellos empezaron a retroceder para protegerse dentro de la ciudad" (207).
(207) Ramón Pérez Cabrera. Arístides. De Palacio hasta Las Villas. Relatos Enrique Dorta. Página 362.
Como a las tres de la tarde, del propio día 29, los ocupantes del Tren comenzaron a moverse velozmente en marcha atrás sin percatarse de que la línea había sido cortada y al llegar al Puente de la Cruz se descarrilaron varios vagones y la locomotora que los conducía, y mientras se volcaban chocaron violentamente contra un garaje situado en la carretera de Camajuaní al lado norte del puente. El teniente Roberto Espinosa, al mando de los dieciocho rebeldes del pelotón de Guile, asaltó inmediatamente tres vagones cercanos y rápidamente los rebeldes tomaron cuarenta y un prisioneros. Los guardias, confundidos unos y atolondrados otros por el colosal choque, no hicieron resistencia. Uno de ellos herido, murió poco después. A la catástrofe del descarrilamiento del Tren le siguió inmediatamente el incendio del garaje, contra el cual habían chocado los vagones al salirse de la vía, espectáculo que daba mayor pavor a los tripulantes del convoy militar quienes no atinaban a comprender lo que les había sucedido y tampoco se atrevían a abandonar el tren, pues no sabían cuantos rebeldes eran los que les atacaban.
El Che, el capitán Ramón Pardo y los demás combatientes que se encontraban en el interior de la ciudad de Santa Clara fueron avisados a toda prisa con la inesperada noticia del descarrilamiento del Tren Blindado y del combate que contra su tripulación mantenían los hombres bajo el mando de Espinosa. Los guerrilleros, que estaban combatiendo en esos precisos momentos contra una tanqueta frente al Parque Vidal, sin pérdida de tiempo se encaminaron a marcha forzada hacia el Puente de la Cruz a combatir junto a sus compañeros contra los tripulantes del convoy. El Che, con su agresividad característica, ordenó arreciar el fuego contra los defensores del Tren y de inmediato organizó el lanzamiento de cocteles molotov contra los vagones blindados.
"Se estableció entonces una lucha donde los hombres eran sacados con cocteles molotov del tren blindado, magníficamente protegidos aunque dispuestos sólo a luchar a distancia, desde cómodas posiciones y contra un enemigo prácticamente inerme, al estilo de los colonizadores con los indios del oeste norteamericano. Acosados por hombres que, desde puntos cercanos y vagones inmediatos lanzaban botellas de gasolina encendida, el tren se convertía - gracias a las chapas del blindaje - en un verdadero horno para los soldados" (208).
(208) Ernesto Che Guevara. Pasajes de la Guerra Revolucionaria. Relatos del Che. Página 263.
A pocas horas de iniciado el combate caía en manos del Che un fabuloso cargamento de armas y municiones: cinco bazukas, cinco morteros de 60 mm, catorce ametralladoras calibre 30, treinta y ocho fusiles Browning, trescientos ocho fusiles Garand, numerosas armas cortas y una considerable cantidad de instrumentos militares y de ingeniería, acompañado todo ello de abundante parque y repuestos para el armamento. Fue el mayor cargamento militar ocupado por el Ejército Rebelde al ejército batistiano en un combate en toda la Guerra de Liberación.
La captura del Tren Blindado fue un golpe demoledor al régimen, no sólo por el significado que tuvo aquel magnífico cargamento de armas y municiones para la continuidad de las operaciones militares del Ejército Rebelde, sino porque ello significó además un importante debilitamiento a la ya escasa moral combativa de las fuerzas armadas de la tiranía y desacreditó profundamente a sus mandos superiores.
Toma de la Estación de la Policía Nacional
En las primeras horas de la noche del 28 de diciembre avanzaron hacia el interior de la ciudad de Santa Clara los integrantes del Pelotón Suicida, reforzados por hombres del pelotón de vanguardia de la Columna 8, que habían combatido durante todo ese día contra los efectivos del ejército batistiano atrincherados en la loma de El Capiro. Roberto Rodríguez (El Vaquerito) pidió al Che crear un Pelotón Suicida y éste lo autorizó a partir del combate y toma de la ciudad de Fomento. El Vaquerito, apodo
adquirido por él
en la Sierra Maestra justamente un año atrás cuando al incorporarse descalzo a las fuerzas rebeldes la heroína Celia Sánchez le regaló un par de botas pequeñas, o quizás fuese por usar un sombrero de anchas alas. Lo cierto es que aquel guerrillero era muy famoso entre todos los combatientes del Ejército Rebelde en la provincia de Las Villas, por su valentía y arrojo en los combates. Marchó en la Columna Invasora como teniente jefe de una escuadra y en los momentos de su último combate era el capitán jefe del Pelotón Suicida. Su temeridad y audacia son un símbolo de lucha para el pueblo cubano.
El Pelotón Suicida estaba integrado en esos momentos por unos cincuenta combatientes y, aunque bien armados, se enfrentaban a una poderosa tropa enemiga compuesta por unos trescientos efectivos con modernas armas de infantería, abundantes municiones, ametralladoras pesadas y apoyados por varios equipos blindados del ejército batistiano. La estación de la Policía Nacional de Santa Clara era la tercera instalación militar mejor defendida por las Fuerzas Armadas de la tiranía en esa ciudad, después del Regimiento Leoncio Vidal y el Escuadrón 31 de la Guardia Rural.
La ubicación del enclave impedía a los rebeldes sitiar la posición enemiga, frente a la cual estaba situado el parque del Carmen que cubría totalmente el frente de la Estación de Policía y estaba ocupado por un contingente batistiano que barría las calles adyacentes con un nutrido fuego de armas de infantería. El fondo y los dos flancos de la Estación de Policía estaban separados de las viviendas colindantes por estrechas calles, por donde era un suicidio el avance de los guerrilleros.
En uno de los extremos del parque estaba situada una iglesia. El plan táctico de El Vaquerito era instalar parte de sus hombres en esa iglesia y llegar a otras posiciones cercanas a la jefatura de Policía. Entonces los rebeldes idearon hacer túneles por dentro de las casas habitadas, tumbando paredes de unas a otras para llegar a las casas más próximas al parque y desde éstas desalojar a los batistianos del parque, instalarse en la iglesia, establecer puntos de fuego desde la misma y parapetarse en casas colindantes a la Estación de Policía para disparar contra la posición enemiga desde dentro de éstas, a través de la calle, por boquetes hechos en las paredes. Por último, subir a las azoteas de esas casas para batir desde esas posiciones a los atrincherados en el interior de la instalación militar. Ese fue el temerario plan elaborado por los rebeldes para el asalto a la poderosa guarnición militar.
La escuadra bajo el mando del teniente Esmérido Meriño (Mero) rompió las paredes de varias casas y avanzó hasta situarse en el lugar que era favorable para tomar la iglesia y cumplir la importante misión ordenada a ellos por El Vaquerito. El teniente Hugo del Río con parte de la tropa ya estaba en las inmediaciones de la jefatura. Leonardo Tamayo con la escuadra bajo su mando se situó lo más cerca que pudo al enclave militar y combatía duramente contra la jefatura y contra dos tanques que rondaban aquella zona.
El Vaquerito avanzó hacia el objetivo con otra parte de sus fuerzas para una casa que tenía una azotea con un muro, situada a unos sesenta metros de la Estación de Policía y en aquella azotea se apostó. A su lado estaba Orlando Beltrán (El Mexicano). Ya parapetados vieron a un grupo de seis guardias corriendo por medio del parque. Ellos les abrieron fuego, pero dos tanques que había cerca en la calle empezaron a dispararles con las ametralladoras treinta. En ese momento Orlando le dijo a El Vaquerito: ¡Tírate al suelo que te van a matar! Al instante, vio que su jefe daba media vuelta y caía arriba de una sus botas. Orlando creía que se había tirado al suelo para protegerse de los tanques y cuando éstos dejaron de disparar, movió el pie sobre el cual estaba apoyado El Vaquerito y le dijo: < Levántate que ya los tanques se retiraron >. Entonces notó que su querido compañero estaba inmóvil. Agachó la cabeza, lo miró y tenía los ojos medio abiertos y virados en blanco. Le levantó la cabeza del suelo: tenía dos coágulos de sangre. El disparo le había atravesado la cabeza.
En un vehículo, una ambulancia, una camioneta o un panel, llevaban sus compañeros a El Vaquerito herido y el Che ordenó al capitán Oscar Fernández Mell que subiera al transporte y fuera hasta la clínica que se encontraba en la carretera de Camajuaní. Inmediatamente subieron a El Vaquerito al salón de operaciones. Con Fernández Mell se encontraba el equipo médico de la clínica y el doctor Serafín Ruiz de Zárate, pero nada pudieron hacer por salvar la vida del heroico guerrillero. Llegó a la clínica totalmente descerebrado; tenía una herida en la región frontal hacia la occipital. No tenía presión ocular. Inmediatamente salieron y en ese momento el Che entraba a la clínica; les preguntó y cuando éstos le informaron su estado, el Che dio una fuerte patada en el piso, reflejando en su rostro un inmenso dolor.
Los hombres del Pelotón Suicida, reforzados con otros combatientes de la Columna 8, continuaron peleando bravamente desde las posiciones alcanzadas en los alrededores de la Estación de Policía sin dar tregua a sus defensores. El Che participaba personalmente en el combate, hasta que el 31 de diciembre en horas de la tarde, el coronel Cornelio Rojas, al mando de los batistianos, solicitó una tregua para retirar a sus muertos y heridos. El Che accedió y ordenó un alto al fuego por espacio de veinte minutos, y mientras un carro de la Cruz Roja trasladaba las bajas enemigas, tres oficiales acompañados por un abanderado de la Cruz Roja le informaron al Che que deseaban tratar con él, en privado, la rendición de la jefatura de Policía.
El Che los hizo pasar al interior de una casa y minutos después informó a sus compañeros que los efectivos de la tiranía batistiana atrincherados la Estación de Policía se rendían a sus fuerzas y se autorizaba a todos los efectivos salir de la instalación y refugiarse en el regimiento Leoncio Vidal. Los oficiales podrían llevar consigo las armas cortas. Al caer la tarde del 31 de diciembre de 1958 cerca de trescientos efectivos del régimen, entre oficiales, soldados, policías y chivatos abandonaron la Jefatura de Policía de Santa Clara y colocaban su poderoso armamento y otros medios de combate en plena calle, incluyendo siete carros perseguidores, varios tanques y abundante parque.
Combates en el Escuadrón 31
La mayoría de los hombres de la Columna Directorio Revolucionario 13 de Marzo al mando del capitán Raúl Nieves lograron penetrar en las casas y en otros edificios que estaban en la parte oeste de la explanada situada frente al Escuadrón 31, que cubría una extensa zona al oeste sudoeste del enclave militar, mientras otros se posicionaban al este sudeste en las instalaciones de la Coca Cola y otras edificaciones que corrían a lo largo de la carretera que bordeaba esa fábrica de refrescos y pasaba por las inmediaciones del cuartel. El lado norte nordeste del cuartel, cubierto por sabanas y largas franjas de terreno carente de vegetación, era también un lugar muy difícil para el atrincheramiento de las fuerzas atacantes.
El día 28 de diciembre se libraron los combates más cruentos y fueron los peores momentos para los rebeldes que atacaron ese día el Escuadrón 31 y Los Caballitos, pues sobre ellos lanzaron los batistianos la mayor parte de los blindados disponibles en la ciudad y concentraron en los alrededores de esos dos cuarteles la mayoría de los ametrallamientos y bombardeos aéreos, por ser esas las dos primeras fortalezas militares atacadas en Santa Clara en horas del día y hasta el atardecer del 28 de diciembre. Después del primer combate librado por la Columna 8 en la carretera de Camajuaní, el Che envió un mensaje al comandante Cubela donde lo ponía al tanto de la situación y le expresaba la decisión táctica tomada por él.
"En realidad el Che nos pide lo llevemos al frente del Directorio en el Cuartel 31, por la parte sur. Este mensaje, del que yo poseo copia en mi álbum personal, dice: < Cubela... nosotros no pudimos avanzar casi, tuvimos cuatro muertos y varios heridos, esta noche probaremos suerte, dame tu posición exacta, para poder actuar con más conocimiento. Che. Diciembre 28 del 1958 >" (209).
(209) Ramón Pérez Cabrera. De Palacio hasta Las Villas. Relatos de Maximino González. Página 367.
Pasadas las 11 de la mañana de ese día ya la situación se tornaba crítica para los hombres de la Columna del Directorio que atacaban el Cuartel 31. Algunos soldados salieron del Escuadrón, unos en tanquetas que disparaban sobre las posiciones ocupadas por los rebeldes y otros de infantería que salían disparaban y retrocedían al interior del mismo. Las tanquetas avanzaban por la explanada situada frente a la instalación militar y para hacer frente a los blindados enemigos, el teniente Víctor Dreke dio la orden a un grupo de milicianos, que se habían unido de inmediato al combate, para que confeccionaran cocteles molotov. La situación era cada vez más difícil. Los blindados asediaban constantemente los lugares donde estaban los rebeldes posicionados.
"Las tanquetas salían del cuartel y nosotros le tirábamos, pero las balas no le hacían daño. Le hicimos una emboscada desde un techo para lanzarles cocteles molotov, pero no cogían candela. Una tanqueta dobla a la izquierda como quien va a regresar al Cuartel 31 y se encuentra con Robertico. Yo estaba en el patio de una casa al lado, salimos y tratamos de impedirle el paso pero no pudimos y rápidamente regresamos al patio. Robertico se paró a 30 metros de ella y comenzó a dispararle y la tanqueta hizo un solo disparo, un solo tiro. Disparaba con un cañón pequeño que tenía y lo impactó en el cuello y le dejó la cabeza colgando por un pedazo de piel. Desde el lugar donde él se puso a dispararle a la tanqueta también era un blanco fácil del Cuartel 31. Robertico estaba muerto con su M-1 y no se podía llegar a donde estaba el cadáver, porque sabíamos que estaba muerto, si hubiese estado vivo, habría que arriesgarse a lo que fuera. Entonces Dreke se arrastró y primero rescató el arma y después se volvió a arrastrar y trajo el cadáver hacia él, para sacarlo del tiroteo. Después de muerto por el disparo del cañón que le arrancó la cabeza, hicieron impacto varios disparos del cuartel en el cadáver de Robertico Fleites. Él era un joven muy valiente" (210).
(210) Ramón Pérez Cabrera. Arístides. De Palacio hasta Las Villas. Relatos de Pedro Cruz (Pelongo). Página 367.
"En las primeras horas del combate aquello estaba disperso, pero fue una dispersión peculiar, no fue la dispersión de la gente que se quiere ir del lugar, sino de los combatientes que quieren acercarse al objetivo, porque todos queríamos entrar en combate, no había falta de valor en el combate, aunque si recuerdo el caso de un rebelde que se metió con nosotros en una casa de tejas que estaba tan asustado por el ametrallamiento de los aviones que yo le dije: <Tómate eso > y le di medio pomo de Calcibronat, una especie de Diazepán, y cayó dormido en una cama y entonces yo agarré el Springfield de él, porque yo tenía un Winchester con 6 balas, y me puse a tirarle al cuartel y en eso pasa un B-26 y con la 50 picó el techo de la casa a lo largo y nosotros regados por el piso de la casa. No hirió a nadie y digo: < Coño el compañero que está en el cuarto durmiendo >. Le había picado la cama a lo largo y no le dio ni un rasguño.
A las cinco de la tarde, ya oscureciendo, lloviznando, el capitán Raúl Nieves reorganizó las fuerzas en grupos de 6 ó 7 hombres y me dio un grupo. Nieves puso un guía a cada grupo, pero el guía que me dieron a mí nos metió en una zanja de alcantarillado que habían hecho frente al cuartel, a 20 metros del cuartel, lo que pasa es que era una noche sin luna y lluviosa, y cuando del cuartel tiran las primeras bengalas porque sintieron las voces de nosotros ahí mismo, lo que nos pusieron con una 30 fue mucho. Era una 30 puesta en alto. Estuvimos allí calladitos hasta las 2 de la mañana que pudimos salir al otro extremo de la calzada para alejarnos del cuartel y ponernos a 60 metros, no a 20 como nos había puesto aquel guía.
Cuando aclaró empezó el combate de nuevo. Al amanecer del día 29 Nieves decide hacer una ofensiva y partimos hacia del cuartel. Yo iba con él, iba el Búho Anido, creo que Dreke estaba también: <Vamos a avanzar hacia allá >, nos dijo, pero el tiroteo fue muy grande y hubo que retroceder. En horas del mediodía me moví con el grupo bajo mi mando hacia una casa situada a unos cuarenta metros de la instalación militar, separados por la explanada. Al rato por el frente pasaba una escuadra de soldados y le abrimos fuego, nos localizó una tanqueta y de un cañonazo abrió un hueco en la pared y aturdió a dos o tres de los integrantes del grupo, abandonamos las casa y a la salida chocamos con la escuadra de soldados que se movía hacia la casa para asaltarla, apoyada por la tanqueta. Les disparamos a los soldados, los desconcertamos y abandonamos el lugar. Intento reagrupar a los compañeros del grupo y no lo logro, sólo me acompaña un miliciano armado de una carabina San Cristóbal. En esos momentos vi un joven soldado muerto, un casquito, que estaba sin arma y sin zapatos. Le quité los documentos, era de Trinidad. Llegamos a otra vivienda, subo a la azotea, era una casa de una sola planta, lloviznaba, fui a disparar hacia el cuartel, me localiza nuevamente una tanqueta, dispara y derrumba la esquina de la azotea, caigo sobre un muro que tenía en el borde fondos de botellas, me apoyo con las manos para no cortarme el cuello, me levanto y voy a recoger el fusil, las manos no responden, los tendones de ambas palmas de las manos están cortados. Me llevan para el hospital y me operan. Terminó mi participación en el combate" (211).
(211) Ramón Pérez Cabrera. Arístides. De Palacio hasta Las Villas. Relatos de Ariel Barreras. Páginas 367-369.
"Después del cuartel de Los Caballitos regresamos de nuevo al Cuartel 31 y reforzamos las fuerzas que combatían en el cuartel. Por la tardecita viene un compañero que le decíamos Camajuaní y me dice: < Dorta los guardias se están yendo en unos camiones por detrás del cuartel >. Dígole: < Vamos para allá >. Y salimos él y yo, nosotros dos solamente. Vemos la situación, le tiramos a los guardias que estaban en la caballeriza, comenzamos a avanzar por un terreno que había allí, para llegar a la caballeriza y evitar se fueran los guardias que estaban allí y llegamos hasta cerca de la caballeriza, ellos nos empezaron a hacer fuego, y vino un avión, parece que le dieron nuestra posición y empezó a lanzar granadas. Por suerte estábamos tan cerca de las caballerizas que las lanzaba detrás de nosotros. Aquello era aterrador, los aviones tirando granadas y los guardias haciendo fuego a menos de 30 metros, y a mí me hieren. Yo digo: < Camajuaní me hirieron >… Le enseño el brazo, él ve la sangre y me puso un torniquete con un pañuelo, y nos quedamos inmóviles los dos y cuando empezó a oscurecer nos desplazamos hacia atrás. A mí me llevaron para el hospital y me operaron el brazo" (212).
(212) Ramón Pérez Cabrera. Arístides. De Palacio hasta Las Villas. Relatos de Enrique Dorta. Página 369.
El día 29 de diciembre en horas tempranas de la noche llegó al Escuadrón 31 el combatiente del 13 de Marzo y capitán de la Columna del Directorio Carlos Figueredo Rosales (El Chino). Él y otro grupo de miembros de esa organización llegaron el día 28 de diciembre procedentes de Miami en dos avionetas y aterrizaron en el central Santa Isabel en Fomento. Los recién llegados traían un cañón sin retroceso de 20 mm y una ametralladora calibre 30 de enfriamiento por agua.
"… Una mañana, de fines de diciembre de 1958, Tony Santiago me informó que en pocas horas saldría para Cuba. Mi misión era trasladar al territorio liberado por el Directorio al entonces Presidente de la Federación Estudiantil Universitaria José Puente Blanco, y además llevar el cañón antitanque… El comando iría en dos aviones: en el primero Puente, Enrique Montero y yo, con un piloto norteamericano llamado Charles Hormel; y Fiti Cárdenas, Yuyi González Tapia y July Fernández Cossío, en el otro con el piloto cubano Enrique Causso y el cañón… No había pasado una hora desde que Tony me avisara y ya estábamos en el aire… También venía en la avioneta Cessna de un motor la ametralladora calibre 30 de enfriamiento por agua y algún parque del cañón…" (213).
(213) Carlos Figueredo Rosales (El Chino). Todo tiene su tiempo. Edición digital. Relatos de Carlos Figueredo. Página 378.
El Chino de inmediato adiestró a otros combatientes en el manejo de las armas. Él personalmente era el artillero del cañón. Ese mismo día 29 en horas de la noche llegó a las inmediaciones del Cuartel 31 un pelotón de refuerzo enviado por el Che bajo el mando del capitán Miguel Álvarez. Ellos estaban bien armados incluyendo una ametralladora calibre 30 y con abundante parque, quienes se situaron en el fondo del Cuartel cerca de las caballerizas. Después de la captura del Tren Blindado el capitán Raúl Nieves fue hasta el lugar donde estaba la comandancia rebelde en el edificio de Obras Públicas y solicitó al Che, y obtuvo de éste, municiones para los hombres del Directorio que combatían contra esa guarnición militar. Se ampliaba con esos importantes refuerzos el poder de fuego de los rebeldes que originó un vuelco en el combate a favor de las fuerzas atacantes.
El Chino enseñó al teniente Víctor Dreke el funcionamiento de la ametralladora 30. Le advirtió que no disparara muy seguido porque podía recalentarse y sufrir desperfectos, y además, el enemigo no tardaría en localizarlo. Durante algún tiempo Dreke siguió las reglas, pero luego fue tomando confianza y dejó de seguir esas instrucciones. La ametralladora la situaron frente al Escuadrón 31, en una de las casas que quedaba allí en pie. El enemigo comenzó a concentrar el fuego para el lugar donde estaba la ametralladora con tal puntería que en sucesivas ocasiones los disparos de los guardias hicieron blanco en el arma y Dreke recibió heridas en sus brazos por las astillas de la culata de ésta que era de madera. Él y sus ayudantes, uno de ellos era Gustavo Castellón (El Caballo de Mayaguara), se vieron precisados a abandonar la posición.
"A Dreke después le dieron una ametralladora calibre 30 de enfriamiento por agua de la segunda guerra mundial. Yo siempre estaba junto a Dreke. La ametralladora la pusimos al lado de una casa de placa, en un placer que había allí y Dreke empieza a tirar para allá, la ametralladora no tenía gatillo, era como un botón que tú apretabas, pero aquello sonaba en una forma que te reventaba los oídos.
Apuntábamos para la parte alta del Cuartel que era donde estaban los guardias. En la azotea ellos ponían puntos de apoyo para apuntar bien. Allí siempre estaban los guardias. Nos ubicaron, y nosotros, para salvar el arma la trasladamos para el portal. La gente de la casa estaba en el portal, porque la cocina daba para el Cuartel y ellos estaban en la sala a salvo de las balas. Se nos ocurrió después instalar la ametralladora en la cocina y los soldados se percatan otra vez de la posición de la ametralladora y comenzaron a disparar sobre la casa y los tiros entraban por la cocina y por el pasillo lateral.
Sabíamos que ya le habían dado la posición a la aviación, al sentir la primera ráfaga de un B 26 arriba de nosotros. De inmediato salimos rumbo a la calle Cuba arrastrándonos por el piso con la ametralladora. Sacamos a la familia de la casa y brincamos la calle Cuba, pero en el primer rafagazo que tiró el avión hirieron en una pierna a un viejita de la casa, una metralla le dio en una pierna y sacamos la familia y nada más que hicimos brincar la calle y no habíamos caminado ni 50 metros, le dejaron caer una bomba arriba de la casa que la destruyeron y abrieron un hueco de varios metros, que en un libro que tengo en mi casa que trata sobre la historia de Las Villas, está la foto de la casa con el hueco. Dice la gente que era una bomba de 500 libras. Nos fuimos y nos llevamos la ametralladora…"
"Nosotros entramos al edificio de la Coca Cola, buscamos el segundo piso y vimos el cuartel que estaba ahí mismo a menos de una cuadra y ellos empezaron a tirarnos. Tiraron dos tres cañonazos con una tanqueta que atravesaron las paredes y las balas daban vueltas y caían en el suelo y nosotros riéndonos y entonces lo que hicimos fue poner sacos de azúcar en esa parte, estibando los sacos de azúcar como trinchera, ahí estuvimos el día y la noche del 28 de diciembre y el día 29 nos fuimos acercando al cuartel…"
"Hay un momento determinado en que los guardias que estaban en Los Caballitos no se rinden, sino que ellos salen huyendo y a nosotros nos pasa muy cerca esa caravana de vehículos para meterse en el Escuadrón 31, y yo, desde la ventana donde estaba, le tiré con el M2 y veía cómo a los guardias le daban los tiros, porque venían en unos camiones y en un jeep y entonces logramos capturar el jeep, lo dejaron y nosotros le dimos marcha atrás y nos quedamos con el jeep. Desde la posición que estábamos nosotros, estaba Alpízar al lado mío con una San Cristóbal, aquello fue una carnicería. Imagínate tú en un segundo piso y que un camión lleno de soldados te pase a menos de veinte metros. Se lograron ir, pero tuvieron muchas bajas entre muertos y heridos, que fue donde ellos tuvieron las mayores bajas en ese combate, al pasar por debajo de nosotros, cuando venían huyendo, que estábamos atrincherados allí en la Coca Cola. La mayor cantidad de heridos y muertos en ese combate fue de los soldados que huyeron de Los Caballitos y pasaron por donde estábamos nosotros atrincherados. Los guardias enterraron a sus muertos en el patio del cuartel. Ya el último día, el 31 de diciembre, logramos acercarnos prácticamente a cuarenta o cincuenta metros del cuartel…"
"Después de Los Caballitos estábamos fajados en el Escuadrón 31. Allí hirieron a varios compañeros de gravedad. A Camajuaní le dieron un balazo por el costado y Rigoberto Carvajal que estaba de sanitario le tapo el hueco como pudo, lo movimos hasta el hospital, se metieron como seis o siete horas operándolo y se salvó, por ahí anda, está vivo. Allí en el Escuadrón 31 estaba El Chino Figueredo con nosotros. Andaba con el famoso cañón sin retroceso. El Chino era un loco, un tipo de esos parecido a Pinares que peleaba parado y El Chino se paraba con el cañón y disparaba contra el cuartel. No lo mataron de milagro…" (214).
(214) Ramón Pérez Cabrera. Arístides. De Palacio hasta Las Villas. Relatos de Pedro Cruz (Pelongo), Ricardo Varona (Varonita) y Santiago Hernández. Páginas 370-371.
"Proseguía el combate. Esperábamos que el enemigo tratara de irse para el Regimiento. De acuerdo a la información que teníamos, estaban escasos de agua y no podían enterrar a sus muertos pues no habían pedido tregua a la Cruz Roja.
Al anochecer continuaba el fogueo intermitente por ambas partes. Pero éste amainaba, como por un respeto de ambos contendientes a ese momento del día en que no hay oscuridad ni luz. De repente comenzamos a escuchar los motores de los blindados: primero el golpe de arranque discreto; después el ronroneo torpe y monótono, hasta que sentimos como un aleluya el ruido que anunciaba la fuga precipitada. Elevando al máximo la potencia pretendían ganar la calle por la gran puerta: a la vanguardia, un tanque T16; detrás, los camiones blindados... Nuestras balas trazadoras dejaban ver la silueta de sus sombras.
Apunté y disparé al primer vehículo cuando rebasaba la salida y lo vi saltar dando un giro brusco que le dejaba el flanco derecho a mi merced. Las demás armas habían enmudecido. El tronante cañón dominaba el combate. Hice cuatro disparos más y se iluminó toda el área con el loco remolino incandescente de los proyectiles que retozaban dentro del cuartel. Se oían los gritos de los soldados atrapados, y también a los asaltantes que los conminaban a rendirse. Traté de que los disparos dieran en los lugares que creía más efectivos, pero, después del sexto, el arma me cayó encima. Tavo Machín me dijo que el relleno de la trinchera había cedido por el retroceso del cañón.
Entre los dos, agachados para no descubrirnos al fuego enemigo, tratamos de resolver el problema. Descansé la parte delantera del arma sobre el borde del talud, mientras apoyaba en mi hombro la que corresponde al pesado mecanismo. Tavo me abracó por la cintura y afirmó sus pies en el extremo opuesto de la trinchera. Empezamos a disparar otra vez aunque sabíamos que esos tiros no podían ser certeros. Mi preocupación era que los guardias lograran sacar el tanque atravesado en la puerta, y consiguieran salirse del sitio. A pesar del riesgo me levanté, cargué el arma y la coloqué en el borde externo de la trinchera. De esa forma debía tirar con el cuerpo cerca de la abertura de salida, pero con mayor eficacia.
Cuando había realizado unos 20 disparos sentí que la presión del fuego enemigo se acrecentaba sobre mi posición. Parecía que los guardias se recuperaban y trataban de neutralizar el arma que más daño les hacía. Encontré una colimación que cada vez que la utilizaba posibilitaba a los proyectiles alumbrar el interior del cuartel, lo que ayudaba a la precisión de los tiradores que lo rodeaban.
Nuestros oradores, fundamentalmente Raúl Nieves y Víctor Dreke, se dirigían a los soldados. Les decían, en elocuentes discursos, que no perdieran la vida por gusto: <… Para que un puñado de sinvergüenzas se enriquezca sobre sus cadáveres y los de su pueblo; para que la historia se avergüence de ustedes... > Con los albores del día vi que los soldados enemigos comenzaban a asomarse y quitarse los cascos. Ondeaba una bandera blanca…" (215).
(215) Carlos Figueredo Rosales (El Chino). Todo tiene su tiempo. Edición digital. Relatos de Carlos Figueredo. Páginas 13 y 14.
"Nosotros estábamos en una casa de familia metidos en el baño de un segundo piso tirándole a los guardias, y al amanecer del 1ro de enero, nunca se me olvida eso, yo alzo la cabeza y me levanto, estaba medio adormitado, y miro con el rabillo del ojo y veo un guardia que está pegado a la cerca del cuartel mirando para acá. En ese momento me di cuenta que la ventana estaba llena de tiros, me estaban cazando, como yo estaba pegado al cuartel cada vez que yo les tiraba, ellos me tiraban. Al ver al guardia aquel, tan fácil, levanto el fusil, le quito el seguro y siento una voz que grita: ¡Alto al fuego! ¡Alto al fuego! ¡Se fue Batista! Era el rubio Infante, pero gritándolo a todo pecho. Puse el seguro al arma, bajé corriendo y veo a Infante caminando para el cuartel y yo también voy para allá, la cerca estaba un poco caída le pasamos por encima y nos metimos en el cuartel y me encuentro a Dreke ya en el cuartel. El negro estaba hablando con los guardias y al poquito rato llegó El Mejicano, llegó todo el mundo. Nosotros sucios, apestosos y los guardias con una peste a muerto y a mierda tremenda. Había una peste allí del carajo…" (216).
(216) Ramón Pérez Cabrera. Arístides. De Palacio hasta Las Villas. Relatos de Ricardo Varona (Varonita)
En horas del amanecer del primero de enero el capitán José Milián Pérez, jefe de las fuerzas de la tiranía que defendían el Escuadrón 31 de la Guardia Rural, había solicitado una tregua al capitán Raúl Nieves, jefe de los rebeldes que atacaban el cuartel, para que le permitiera sacar numerosas bajas entre muertos y heridos, la cual le fue concedida por el capitán rebelde. Durante esa tregua se entrevistó el capitán Milián con el comandante Rolando Cubela, recién llegado desde Placetas, y el capitán Nieves, en una humilde vivienda situada en los alrededores del cuartel. En esa entrevista el jefe militar del ejército batistiano aceptó la rendición de las fuerzas bajo su mando, pidiendo como condición que se le permitiera a él y a todos los efectivos allí destacados retirarse hacia el Regimiento Leoncio Vidal. Esa decisión fue comunicada a través de un carro con una planta de microondas por el capitán Milián al coronel Cándido Hernández, quien estaba en aquellos momentos como jefe del Tercer Distrito Militar. El comandante Cubela condujo al capitán Milián en condición de prisionero y se personó en la Comandancia del Che y le informó la condición solicitada por los militares para su rendición, la cual aprobó el Comandante Guevara.
Con ello se producía la captura del Escuadrón 31 de la Guardia Rural por la Columna Directorio Revolucionario 13 de Marzo, apoyados por fuerzas de la Columna 8, y se propinaba otro demoledor golpe al régimen batistiano, durante la Campaña de Las Villas del Ejército Rebelde.

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